FOTOS: NACHO ROJAS
STYLING: NATALIA SCHWARZENBERG Y SOFIA PINTO
HAIR & MAKEUP: IVAN BARRIA
CORRECION DE ESTILO: LUCAS RODRIGUEZ SCHWARZENBERG
BOOKING & MANAGMENT: AGENCIA VERSUS
AGRADECIMIENTOS: ESTUDIO FE
Cristobal y Lorenza son amigos hace años, ambos residen en Los Ángeles y han compartido el proceso de lo que es abrirse paso en Hollywood, sobre eso, la vida en pareja y el crecimiento interior conversan en esta entrevista.
Cristóbal: ¿Cómo nos conocimos? ¿Cuándo fue la primera vez que me viste?
Lorenza: No me acuerdo bien del año o la época. Esto pasa con la edad, no me acuerdo de nada. Tengo los momentos pero no las fechas. Éramos unos bebés, estábamos haciendo un corto para generar fondos para la película «El Extranjero». Ese corto se terminó convirtiendo en una película donde Cristóbal era el protagonista y yo, con 23 años, era una vampiresa.
Cristóbal: Entonces esa fue la génesis de nuestra amistad.
Lorenza: Primero nos conocimos trabajando y luego no te vi más hasta que me casé. Nos conocimos hace 8 años pero nos hicimos mucho más amigos aquí en los Ángeles.
Cristóbal: ¿Cómo fue cuando te mudaste a Atlanta?
Lorenza: Me mudé a Atlanta cuando tenía 12 años. Fue el catalizador, lo que me cambió la manera de ver el mundo, de relacionarme con lo que conocía. Antes tenía mi burbuja en Santiago. Era chica, tenía 12 años. Me dio mucha pena irme de Chile, lo pasé muy mal los primeros meses. Me hicieron harto bulliyng en el colegio americano porque tenía un acento muy fuerte. No vivíamos en el mundo en el que vivimos hoy en día donde el bulliyng como concepto es castigado; en esa época no existían todos estos movimientos nuevos increíbles. Los niños a esa edad pueden ser muy crueles. Te hacían bolsa. Yo pasaba llorando en el baño, comiendo mi almuerzo escondida. Ahí fue la primera vez que sentí discriminación. Fue heavy porque jamás pensé que una persona que venía de privilegios podía sentir discriminación. Pero a esa edad una es mucho más sensible. Fue un shock muy grande y también fue la primera vez que logré salir de una situación sin ayuda de mis papás, porque mi mamá también lo estaba pasando mal al no hablar inglés. Eduardo, que era mi padrastro en esa época, que lo adoro y amo con todo mi corazón, él era el que hablaba inglés fluido, el que había vivido afuera antes, que entendía todo lo que estaba pasando. Mi mamá vivió afuera muchas veces pero como modelo, entonces era su primera vez como parte de una familia nuclear. Fue muy duro para nosotros. Yo no quería ponerle más peso a la situación, por lo tanto yo sola me encargué de los problemas con los que me encontraba. Mi solución fueron las películas: me dediqué un verano entero a mirar «Blue Crush». La ponía todas las mañanas y después me iba a trotar. Cuando partió el año escolar, llegué a octavo básico hablando inglés perfecto. Terminé pasando de ser la niñita más bulliyng de la generación a la más popular. Otra cosa que también me chocó mucho de allá es la diversidad: nunca había compartido en un colegio con gente de diferentes razas, países y culturas. Tenía la idea de que la gente afroamericana y la gente blanca se llevaban bien, pero en Atlanta hay mucha historia. Es muy palpable. Se siente al minuto de aterrizar. Estaban los de un color en un lado, los de otro color en otro lado. Cuando ya hablaba inglés perfecto, asumí que podía hacerme amiga de todos. Fue todo muy natural porque yo no traía sus mismos prejuicios, a pesar de que creo que Santiago es muy prejuicioso. Toda esa experiencia enorme cambió el switch en mi cabeza de cómo miraba el mundo.
Cristóbal: ¿Desde chica supiste que querías ser actriz?
Lorenza: Para nada, no tenía la menor idea. Me encantaba hacer el ridículo, pero era muy nerd, en el sentido de que pasaba en la biblioteca leyendo historias fantásticas. Cuando tuve mi «renacimiento», por así decirlo, nunca dejé de lado los libros, el arte. Siempre estaba esa cosa loca, la expresión artística, pero nunca lo puse así como voy a ser actriz, hasta que volví a Chile, al mismo colegio del que me fui. Pasé a ser la gringa. De nuevo me hicieron bullying, pero me encontré un grupo de amigas muy bacán, y eso me calmó.
Cristóbal: ¿Empezaste a modelar cuando volviste a Chile?
Lorenza: Sí. Mi primera pega fue desfilar para Rubén Campos. Tenía 16, justo después de haber vuelto.
Cristóbal: A esa edad debutaste en las pasarelas de Santiago. Eso te tiene que haber generado un par de haters ¿o no?
Lorenza: Sí, claro. Todo pasó al mismo tiempo; volví, modelé, primera vez que sentí lo que era ser “la bonita”. Era un concepto nuevo para mí. Yo crecí en una familia de modelos. Mi tía, mi mamá, mi otra tía, son todas mujeres físicamente preciosas. Yo jamás había sentido la atención que trae ser bonita. Solo lo conocí al volver de Atlanta.
Cristóbal: ¿Eso te generó un conflicto?
Lorenza: Si, me cagó harto la verdad. Ahora que tengo 30 años he estado haciendo varias reflexiones en cuanto a mi crecimiento como persona, mi desarrollo personal. Me he dado cuenta que es muy penca lo que les pasa a las niñitas (a los hombres también, pero no puedo hablar desde esa experiencia) cuando la sociedad te enseña que tu valor solamente recae en tu belleza. Yo desde muy niña asocié esas dos cosas: si era bonita tenía poder, era interesante. Pero bonita también significa flaca, con todos los estándares que veía en mi mamá y mi tía. Me ha costado mucho desligarme de eso. No es que sea algo demasiado difícil ser linda, pero la gente no se da cuenta que tu valor recae en algo tan irreal, tan superficial. He tenido que hacer mucho trabajo con eso. Elegí la profesión donde “hay que ser guapa para estar en pantalla”, lo que
en verdad vale hongo. Lo que más me interesa de ser actriz es encontrar la esencia de los personajes que hago.
Cristóbal: ¿Sientes que de alguna manera buscaste la actuación para validar o darle más peso a tu talento?
Lorenza: Yo creo que siempre tuve esta suerte de búsqueda de la belleza. Por un lado puede ser cien por ciento escapismo, pero también necesitaba validarme a mí misma. Encontrar la profundidad. No podía ser que solo fuera superficialidad, que al fin te deja vacía. Mientras más crezco como persona, mejor actriz soy, más puedo alimentar mi parrilla actoral. Creo que cuando empecé a darme cuenta me surgieron estas ganas de buscarle la quinta pata al gato. Me costaba mucho porque tenía esta cosa interiorizada de que con cumplir con los estándares de belleza era suficiente. Entraba a un restaurant y me fijaba cuánta gente me estaba mirando, pero hoy en día en esta búsqueda personal, en este viaje que he hecho, me he dado cuenta que no puede ser más distinto. Entre medio me casé y me divorcié. He encontrado mucho éxito en la vida personal, así como también muchas caídas. La vida al final te enseña lo que estás buscando.
Cristóbal: ¿Cómo fue tu transición del modelaje a la actuación? ¿Hubo un minuto en el que dijiste «quiero actuar»?
Lorenza: Nunca fui realmente modelo: tuve la suerte de que mi mamá era una modelo top, que tenía todos los contactos a la mano. Yo estaba aún en el colegio. Volví al Santiago College desde Atlanta cachando nada. No entendía por qué ahora era considerada bonita. De la nada modelé para Rubén Campos. Fue muy chocante. Tener la atención me encantaba, además de que eran lukas extra, pero nunca pensé que lo mío era ser modelo. En el colegio había un departamento de drama muy bueno. Cuando pasabas de primero a segundo medio, podías optar por los artísticos. Como de chica estaba en todas las obras, en el escenario, tenía claro que eso era lo mío. Cuando tenía 16 años quería ser animadora de televisión; animar el matinal es hasta el día de hoy mi sueño. Fue el momento en que elegí el electivo de drama que empecé a meterme en obras de un nivel muy alto, que me di cuenta que me encantaba, me perdía en eso. Se me metió el bichito de la actuación en el colegio, aunque tampoco lo veía como una carrera. Venía de una familia donde mi mamá quería demasiado que estudiará algo de verdad, y eso significaba leyes o periodismo, “una carrera más real”, como decía ella. Fue en cuarto medio que mi tía me dijo, «¿Por qué no te vienes a Nueva York a estudiar teatro al Lee Strasberg?», y me fui. He tenido la suerte y la no suerte de que soy una persona súper impulsiva, y tiendo a seguir mucho para donde va mi flow. No pensaba mucho las cosas.
Cristóbal: ¿Cuál fue tu primera pega de actuación?
Lorenza: Fue “Student Film”, una película de Sebastián Radic, de la primera generación que se graduó de cine de la Universidad del Desarrollo, que les dieron fondos para hacer dos películas. Tenía 19 y me fui a la mierda. Era un personaje muy dark. Yo venía llegando del método Stalisnasky, así que me quise hacer un arito en la ceja y mi mamá me echó de la casa hasta que me sacara el arito y me dejara de webiar. Aprendí mucho de los límites que uno se tiene que poner para protegerse a uno mismo cuando se entrega a un personaje, y que claramente el método no es mi manera de actuar. Cuando hice eso me di cuenta de lo que era lo mío, pero no se materializó hasta que entré a estudiar periodismo en la universidad de Los Andes, que era la mejor universidad que me daba con mi puntaje (aunque no comparto su visión para nada). Estaba ahí e hice un casting para la película «Que pena tu boda». Quedé y me di cuenta en el set que esto era lo que de verdad me gustaba.
Cristóbal: La gente tiene una idea de lo que es vivir en Los Ángeles y lo que es ser actor acá. Pueden ver tu vida como «hizo una película de Tarantino, una serie para esto, otra para Showtime, en el fondo qué onda la vida glamorosa y fácil de Lorenza Izzo”.
Lorenza: Creo que lo más difícil es aprender a convivir con el no: debe ser el 90% de la pega. La cantidad de puertas que te cierran… es durísimo. Sigue siendo duro, no se pone más fácil, pero ya tengo cuero de chancho. El no es parte del día a día.
Cristóbal: Encuentro súper interesante esa experiencia. Cómo es la vida del actor en una industria tan grande, donde uno está constantemente asumiendo rechazos. Pasar de “Hollywood me ama, lo tengo en el bolsillo”, a recibir portazos. ¿Cómo te lo tomaste?
Lorenza: Tuve una época en que me fue muy mal, un año y medio en que no me pescaba nadie. Tuve suerte que mis agentes no me echaran. Llegué a un punto en que considere decir que no quería más. No aguantaba más. Pensé que se había acabado. Me decían que no todos los días. Yo pensaba en que quizás tendría que estar haciendo algo más, pero eso era lo que tenía que hacer. Ahora sé que no podría hacer otra cosa. Cuando llegue el día que me mire al espejo y diga «voy a hacer otra cosa», ya no voy a poder renunciar. Pensaba que ese iba a ser el único momento de duda que iba a tener, pero me pasa por lo menos cada 3 o 6 meses que mando todo a la mierda y quiero renunciar porque es muy difícil. Tirar todo a la parrilla, ser súper vulnerable en las audiciones, entrevistas, proyectos, escribir tu propio material, para que después te digan que vales hongo… es muy penca. Frente a eso, mi técnica es aceptar que el no es parte de la pega. También me preocupo de separar la pega, que es la que me da para vivir y poner el pan sobre la mesa, de la parte creativa, que es una conexión directa con lo que me llena el alma. Ahora sé que es un 90% pega. Pero el día que esté en un set, y ese 10% no valga la pena, ese es el día en que voy a renunciar.
Cristóbal: No sé si quieres hablar de la muerte de Antonio, sientes que eso te ayudó a crecer, a madurar incluso. Tuviste un par de años donde todo se fue a la chucha, por eso quiero saber cómo cómo reestableciste tus prioridades.
Lorenza: Esto también se relaciona con cómo lidio con el rechazo, con el no. Yo creo que los últimos tres años de mi vida fueron heavy, sùper marcados por eventos muy específicos, como cuando Antonio el padrastro que me crió desde los 16, se murió. Para mí fue él como un angelito que me cambió. Antonio me generó algo que yo nunca había tenido antes, que era una seguridad muy bonita. Cuando él nos dejó se me cayó el mundo. Me fui a la mierda, literalmente. Nunca había conocido un dolor de ese tipo. Creo que nunca voy a volver a sentirlo a menos a que ocurra otra muerte similar. Nunca había sentido tal cambio físico y emocional en mí, es muy cierto que alguien me dijo que cuando se te muere un papá uno entra al «dead dark club» que es un dolor tan específico y tan fuerte que uno puede conectarse con esa gente. Es algo muy fuerte y muy específico. Me cambió todo, me hizo darme cuenta que la vida es muy corta. Me gustaría que uno pudiera hacer ese cambio sin que te tenga que pasar algo así de fuerte, porque la cagó la cantidad de cambios que yo necesitaba hacer. En gran parte cuando se murió Antonio yo tuve un despertar: estaba muy adormecida en cuanto a mí misma, a mis decisiones propias. Fue un catalizador de cambios muy grandes en mi vida. También me cuestioné mucho que estoy haciendo, si mi relación o mi carrera me hacían feliz, me cuestioné todo. Se me dio vuelta el mundo y tuve que pasar por un proceso de duelo que sigo viviendo y que nunca se va a acabar. También causó que mi familia se hiciera pedazos. De a poco nos estamos construyendo de nuevo. Yo soy una persona súper abierta, tengo re poco filtro, y me pasó algo muy lindo que no esperaba que me sucediera, que es que me hizo cuestionar todo pero al mismo tiempo me liberó muchos rollos. Me hizo darme cuenta de quién soy: desordenada, con rollos, impulsiva, sensible, pero lanzada a la vida, algo que me hizo aceptar muchas cosas. Me liberó, me ayudó a aceptar todas las cosas feas y lindas de mí. Creo que ese fue el regalo más grande que me llegó luego de la muerte de Antonio. Fue el catalizador de todos los cambios grandes de mi vida. Después se vino otro cambio importante en mi vida que fue el divorcio. Yo quería que todo pasara rápido. Soy una persona que quiere todo rápido e instantáneo, muy de la generación de hoy día. Esa pérdida me ayudó a entender que las cosas no son rápidas, más bien son lentas, dolorosas y por lo mismo muy bonitas. Aprendí que sin dolor no hay nada en la vida que valga la pena, el dolor es demasiado necesario. Eso me ha ayudado a entender los no de mi vida, de mi carrera, de mis emociones. Un amigo me dijo una frase muy linda, «tiempo, espacio y silencio», son cosas muy importantes que con la edad estoy aprendiendo.
Cristóbal: Después de eso, tuviste un hito en tu carrera del que todo el mundo está al tanto.
Lorenza: Fue heavy. Me puse a grabar esta serie «Casual», audicioné para «Once upon a time…». Fue una locura. Yo estaba tan a flor de piel viviéndolo todo. Andaba a mil por hora. Después quedé en un piloto de Amazon donde era la protagonista. No paré ese año, laboral ni emocionalmente hablando. Fue un año muy rico, de mucho crecimiento, acompañado de mucho dolor, donde me sentí muy sola a pesar de estar muy acompañada.
Cristóbal: Podemos decir que estás entrando al 2020 en un buen lugar. ¿Que estay haciendo ahora?
Lorenza: Estoy grabando una serie que se llama «Penny Dreadful» para Showtime, que va a salir a mediados de abril. Hago un papel que se llama Santa Muerte, que es una diosa que se encarga de llevarse las almas al más allá. Es la contraparte de la protagonista, que se llama Natalie Dormer (Margery Tyrell en Game of Thrones). Actuar con ella ha sido tremendo. También me toca trabajar con Adriana Barraza, otro talento tremendo. Santa Muerte es un personaje muy distinto para mí porque es la primera vez que trabajo con efectos especiales: me ponen un cuello falso, lentes de contacto, una corona que pesa mucho… es un trabajo físico distinto que no había tenido oportunidad de hacer antes. Lo bueno que tenemos es que esta serie lleva más de un año al aire. La primera temporada fue muy exitosa, pero esta temporada es distinta. Tiene temas que inspiran mucha reflexión y que hacen espejo con lo que está sucediendo hoy día con el presidente en Estados Unidos, así como los temas del racismo y la discriminación. Va a ser muy interesante ver cómo reaccionan las personas a la serie.
Cristóbal: ¿Cómo ves a la Lorenza del futuro?
Lorenza: Me da pánico pensar en qué voy a estar. Tengo una sensación que ahora puedo ayudar un poco a cambiar ciertas cosas. Hoy día me importan los papeles que elijo, me importa qué tipo de personajes llevo a la pantalla, las causas a las que me sumo; necesitamos voces y gente a la que estas cosas les importen. También me gustaría producir más. Recién produje mi primera película: «Mujeres son perdedoras». Es la historia de una mamá soltera que le pasa algo traumático de muy joven. Tiene que ver con el tema del aborto, que es algo muy fuerte y difícil de tratar.
Cristóbal: La Lorenza de hoy es una persona políticamente activa. ¿Cómo te hace sentir eso?
Lorenza: Yo me sentía un poco vacía. Crecí en una sociedad en la que nunca se me explicó que yo tenía una responsabilidad y una voz. Siempre me sentí un poco tonta: pensaba que la política era para viejos, para los que estudiaron leyes. Después descubrí que el hecho de tener una opinión educada es importante. Informarte de lo que sucede en tu país, de cómo funcionan las leyes, la constitución, quienes nos representan… esa es la democracia, te están representando a ti como persona y a tu comunidad. Es importante ser activo, pero no fue hasta que mi país terminó en la crisis social que tenemos hoy día, que me di cuenta que tengo que tener una opinión, porque me interesa que mi país sea distinto. Quiero ser parte de un país donde yo pueda sentirme tranquila caminando por la calle, sabiendo que mis pares también se sienten tranquilos. Eso es algo que no te enseñan en el colegio. Uno lo puede ver en su propia familia, que a veces tiene su propia historia, que puede no ser la misma que la tuya, por lo que te terminas enfrentando a ella. Lo importante es que todos podamos sentir que está bien tener opiniones propias, aunque sean distintas.